Muy bien, comencemos otra vez. No quiero ser la anfitriona esta vez.
Creer en la realidad del baile incesante, doloroso, como el rechinido eterno de tus dientes contra los recuerdos vueltos piedras frías, duras, monótonas, como lo que deja de existir, pero sólo se esconde y trata, e insiste tanto que jamás desprende.
Personajes que quisieron dejar volar libres a las mismas aves, hace tanto. Hace tanto que ya las perdieron en el camino empedrado, irregular y doloroso. Describamos los muros tan malditos, tan enormes, tan mortales que se hicieron invisibles en un mundo de enorme bondad.
Finalmente, se descubren las mantas,
se vuelven inmortales los ciegos,
viven el paso placentero y no el vuelo onírico del otro. La costumbre se desvanece y las ramas del mismo árbol siguen creciendo y haciéndose bellas, más viejas, más felices, más fuertes y maternales.
En el camino se encontraron, sin buscarse jamás, son otros protagonistas, otros porteros de no los mismos mundos soñados; ella ya no habló de las aves, porque imagina y sueña su vuelo desde lejos, sonriendo desde lejos, acompañando desde lejos. Su encuentro con la curiosa serendipia de ojos etéreos le ha cautivado en el camino a solas y le descubre la mirada, le cobija las caderas, el Bufón la mece en su columpio.
Es otra vida con el Bufón, ella suspira riendo y cantando otras tardes con su Bufón de la mano, de las bocas, de los torsos, de los cabellos enredados y desdeñados de poco saber del mañana. Tan plena, tan llena, tan sutil, ella necesita nada más, ella está viva, y sólo quiere dejar el vuelo libre de sus propias alas desnudas, sentir la humedad de su cuerpo en la gris sequía de lo que deja atrás.
El presente es eterno, como susurraron en la cosmología. Y el mal pasado se disuelve del bueno. Son tiempos de valentía y de gentileza, no debemos caminar todos por el mismo camino impertinente para dejar de morir, de mutar.
Una noche, una noche con jaqueca fue, por segunda vez. Miró por la misma ventana y vio el vuelo en caída de sus aves, ya viejas, podridas y perdidas. Descubrió que soñó mal sólo unas mentiras. Acarició ajena las alas tan muertas de sus aves, nada comprendió del agonizante parlamento que creyó volver a oír.
Firme pensó ella, entrando en una habitación de aguas calmas, de árboles acogedores, encontrando los brazos de su compañero el portero de amplia espalda y dedos larguiruchos. De nariz fina y audacias silenciosas.
Por un precipicio decidió dejar caer a sus aves que agonizaban, que confusas preguntaban si volvería ella cariñosa a afirmar sus alas, triste y desorientada, tragó saliva otra vez, y con ternura las dejó caer con fe, ella debía conservar la plenitud. Su Bufón la esperaba.
Desde el abismo yace una luz rojiza, marciana. Y el vuelo de un nuevo ser se aproxima a la cima nuevamente. Sus aves vueltas fénix vuelan tan alto su renacer, que se pierden para aprender a volar en el olvido, más fuertes, más bellas, más plenas.
Dejó ella sólo su aroma, su espíritu en las nuevas cenizas de las aves que ya no son suyas. Se esfumó en brazos de su compañero, en paz, besando el pecho sobre el que reposa hoy.
El sinsentido es más divertido cuando no lo planeó un muerto.
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