Eres un aliento que jamás respiré, y del cual hoy vivo.
A las nueve de la noche, de un vergonzoso y juvenil Julio, te robé aquel respiro, aquella sorpresa. Me hice dueña de unas gotas de sudor llenas de emociones, y te regalé el veneno de mi boca con el amor más puro. Me llené el resto de los atemporales días, de tu mirada hiperventilada y vidriosa, del tempestuoso ritmo de tu gemido en mi hombro, y de la pacífica armonía de tu suspiro en mi pecho.
Quiero cubrirte mil veces con los mismos dedos curiosos, dibujarte los muslos con mis frías pantorrillas, dibujar tu cuello pintándolo de tiernos y sigilosos besos. Quiero sentirte mío. Envolverte mío. Eres la trascendencia de mi realidad menos pueril hasta hoy.
Eres mi equilibrio espiritual y una fina nariz. Eres mi fortaleza y mi debilidad. Eres toda la seguridad que no poseo limpiamente en mi propio firmamento. El dolor más exquisito se ha de propagar con tu ausencia. Porque extrañar es un capricho, puerta infernal al placer de encontrarte, desearte, tenerte y amarte.
Huyen los secretos pasos, escudriñaron el mundo para encontrar nuevos y cálidos rincones, de lluvias y verdes más allá del primer sendero al Ajeno compañero. Sembremos la constelación más compleja e imaginaria no existente, te invito a embriagarnos de sueños sin ilusiones, de caminatas que arden y roces que ya no queman por frío.
Mi carne, mi sangre y mi pensamiento, mi habla y mi paz son mi ofrenda eterna para ti.
Saborea con calma la violencia senil que puede dibujarse en las ropas frías, los rasguños en la roja tierra de tu espalda. El paseo deliberado y dulce de las yemas en la palidez de tu pecho.
Déjame soñar con ternura tu tibio abdomen, el estremecimiento al clamar en tu oído tus largas y poderosas manos. Agarremos los huesos con dulzura, mordamos los dientes.
Extraviamos el rumbo en medio de la fusión de almas, de colores y aromas. De hambre insatisfecha por ser humana.