Ella me mira con una profundidad absoluta, con una seriedad total disfrazada de la estereotipada ternura de cualquier cachorro, ella quiere decirme algo...yo lo sé, por ello, dentro de una
emocionante rutina de suprimirme al andar ambulante entre miles, le hago interrogaciones dignas de un ser supremo, sin respuesta alguna. Su ego, orgullo y tenacidad son aún demasiado para mi, ella me desafía a detenerme tumbándose sobre mi y amenazándome con sus garras de divina vivencia. Me rindo y sólo me largo, sé que en esa impetuosa mente, esos eminentes y abismales globos oculares se encuentra la Verdad, una de miles.
Mis gafas poso bajo mis ojos, casi en la cumbre de la nariz, una bufanda, guantes, las negras alpargatas, una anciana boina oscura, el impermeable beige, las silenciosas llaves, un cigarrillo - su encendedor-; la calidez de un hogar que no es mío. El frío que impera la entrada al abrir la puerta me invita a un día relajado.
Es otoño, llovió hace varias horas y aún quedan las solitarias y terminales pozas, los pocos y mortales rayos de Sol que entran vehemente entre grises y pesadas nubes las desintegran de a pequeñas cantidades, se despiden. El entorno se ve vacío, sólo hojas caídas en su vejez y el halo de mi cálido respiro en lo frígido como vapor me acompañan pareciese.
Llevo dentro un caótico deseo de algo más que esta escena, que esta Vida. Un Sentido. El calor de algo más. El temor de una inútil e infantil dependencia.
La ceniza ya muerta de mi cigarrillo cae a la misma velocidad que la lágrima fogosa|furiosa en el pómulo del infeliz sujeto que ayer descuartizó mi demencia, fue enteramente satisfactorio, exquisito debería decir. Su grito, uno de los mejores, Gran Tenor le llamé. Recuerdo con gracia cada rito aquí, frente al crítico, el maestro, el Árbol posado a unos metros de mi presencia intangible en cada insípida y cómica tarde. Mi compañero de ancianos atardeceres.
He de compartir mis placeres contigo mi pasional amante, antes de que cualquiera robe de mi pasatiempo ya un tanto celestial.
Hoy todos inician, asesinan, embellecen y envejecen mi amigo, acariciaré tus ramas oyentes con mis rojizos labios, rojizos de aquellos cadáveres dichosos y su Sangre sucia.
No habléis, no me regañes con el canto escandaloso de tu brisa sudorosa, sólo calla y oíd de mis Palabras, mis relatos. Mis historias adornadas de rubíes en aguas impuras. Audire mea frater, que te parecerán encantadores mis ojos que emocionados te gritarán después de cada tierna masacre. Incalculables sentimientos de dulces pesadillas, sólo quieres molestarme consciente, desgraciado seas, Árbol.
Son miles, miles y miles. Un menú de selecciones magníficas, mi sonrisa en desvelo no logro controlar. Caminan tan veloces, no existe presencia ni alma, por ello es asombroso y divertido a magnitudes de un sarcasmo no merecedor del mundo. Es excitante saber que es tan fácil, si nadie le extrañará.
Sólo aquel momento de una universal Nada, cuando dejan de respirar, parlar, fornicar, moverse, quejarse, chillar, Necesitar. ¡Uh!.
Jesús, dispárame un perfecto tiro furioso y una bendición febril.
Tuve que sentarme de una vez en la mortal banca
o empezaría a enloquecer. Su cuello sonó escalofriante cuando lo quebré. Fascinante y ostentoso pensé.
Me devolvió la mirada al fin, quizo contestarme, me hizo creer eso. Maldita crueldad sabionda. Bang. Le busqué en unos brazos seguros, unos aparentemente abiertos.
No enloquecí aquella vez, por eso fue espectacular, él sólo fue gentil y encendió mi cigarrillo sin olvidar un beso infinito y ausente. No deja de arrebatarme el aliento, el que escapa por mi cuello helado que aún extraña caricias difuntas. Bravo.